1. España nos roba

Es una falacia. Primero, es imposible demostrarlo. Los expertos tienen muchas dudan sobre las balanzas fiscales autonómicas. No hay una metodología científica generalmente aceptada; cada escuela fiscal tiene la suya. Asimismo, la historia de la industria de los siglos XIX y XX dice lo contrario. Fueron las políticas económicas autárquicas españolas las que impulsaron la economía industrial catalana con el resto de España como mercado cautivo al elevar, por ejemplo, los aranceles de importación de textiles. Además, las cifras indican que, con el País Vasco, Navarra y Madrid, Cataluña es de las autonomías con mayor capacidad de gasto per capita, un 30 por ciento más que Andalucía o Extremadura con los mismos servicios públicos (sanidad, educación…). Si un catalán tiene mayor capacidad de gasto que un extremeño el primero debería ser solidario con el segundo y no al revés. Máxime cuando los siete mayores clientes de Cataluña son comunidades autónomas españolas (la primera Aragón) a las que vende (con superávit comercial) más que al resto del mundo (con déficit). Nadie roba a nadie, más bien unos se apoyan en los otros.

José Ramón Pin Arboledas. Economista y Doctor en Sociología

2. Cataluña seguirá en la Unión Europea

La UE es una unión de estados. Los estados que forman parte de la UE figuran explícitamente en los Tratados comunitarios, y éstos se aplican únicamente a esos estados. Como han recordado en repetidas ocasiones las instituciones comunitarias, el art. 4 del Tratado de la Unión Europea dice expresamente que la UE «respetará las funciones esenciales del Estado, especialmente las que tienen por objeto garantizar su integridad territorial». Si Cataluña pasara a ser un Estado independiente, dejaría de formar parte de la UE. Para acceder a la Unión, el art. 49 del Tratado exige reconocimiento por parte de TODOS los Estados miembros. Mientras no se produjera ese reconocimiento, Cataluña no podría iniciar el proceso de acceso a la UE. La hipotética República catalana debería ser un Estado reconocido por la comunidad internacional; sin ese estatus ni siquiera podría iniciar el procedimiento de admisión. Siendo la UE una Comunidad de Derecho el incumplimiento de la legalidad y de los principios del Estado de Derecho no es la mejor carta de presentación para el ingreso.

Pablo Nuevo. Profesor de Derecho Constitucional

3. La relación con España seguirá igual

Los independentistas de la lista Junts pel Sí han jugado a una campaña amigable con España. Pero ellos mismos ya han quebrado esos lazos sembrando odio. La herida de una ruptura unilateral no podría cicatrizarse en siglos. Con la fractura con España, sería indisoluble y análoga a la fractura entre catalanes. Cataluña sería un Estado ingobernable con millones de ciudadanos disidentes que no renegarían a su nacionalidad española. Ciertas llamadas a la desobediencia tendrían que sufrirlas en sus propias carnes. Pues seríamos muchos miles de catalanes dispuestos a no obedecer a una autoridad no legítima y firmemente decididos a no abandonar Cataluña. Ninguna autoridad europea aceptaría que a millones de catalanes españoles se nos arrebatara nuestra nacionalidad española y, por tanto, nuestra pertenencia a la UE. En resumen. La fractura nunca será con España, la fractura será, y de facto ya lo está siendo, entre catalanes.

Javier Barraycoa. Filósofo, sociólogo y profesor universitario.

4. Cataluña es diferente al resto de España

Cuando se habla de identidad y diferencia hay que precisar respecto de qué. De lo contrario, la comparación sirve para avanzar argumentos interesados, como el de que España es plural y Cataluña no. En lo lingüístico, es evidente que los pueblos de la montaña catalana son distintos a los de Cantabria. También, aunque menos, Barcelona (pues el castellano es la lengua materna de la mayoría de los barceloneses). Pero si tomamos como criterio el modo de vida,probablemente haya más diferencias entre las zonas rurales de Cataluña y Barcelona que respecto de zonas rurales en el resto de España. Barcelona presenta semejanzas con cualquier ciudad, compartiendo muchas problemáticas con Madrid, por ejemplo. Sí está emergiendo una diferencia entre la sociedad catalana y las sociedades occidentales. El proceso ha extendido la sensación de que el Derecho es algo maleable y disponible para la voluntad del poder político. Esto, que es la negación del Estado de Derecho, sí que nos diferencia de nuestro entorno cultural, si bien no parece algo digno de celebrar.

5. El 27-S es un plebiscito

Se trata de unas elecciones autonómicas con dos partidos que sugieren que son un plebiscito y algún otro que, desde la oposición, actúa como si lo fuera, reforzando la percepción de la gente (la mitad votará pensando que está en juego la independencia).

En un plebiscito se somete a votación popular una reforma de gran calado. No es el caso. El gobierno que salga de las urnas no estará capacitado legalmente para ejecutar esa reforma. Votar a Junts pel Sí no los mandata para ejecutar una reforma que lleve a la independencia. Si lo hacen están contraviniendo la ley. Si no lo hacen, no habrán quebrantado ningún compromiso legal con el electorado, que tampoco puede exigirles cuentas. En un plebiscito, el votante se limita a aprobar o rechazar una reforma. En esta convocatoria electoral hay diversas opciones, incluso dentro del propio campo soberanista. El electorado evaluará esas opciones en función de diversos criterios, no solo del modelo territorial.

Pau Mari-Klose. Profesor de Sociología de la Universidad de Zaragoza.

6. La mayoría de catalanes quiere la independencia

Nunca ha ocurrido. Al preguntarles si se sienten independentistas, algo menos de un 45% de catalanes responden afirmativamente. Preguntados por su modelo territorial preferido, muchos menos optan por la independencia. Ninguna encuesta rigurosa ha dado nunca mayoría independentista. Ni siquiera la mayoría de las encuestas con muestra sesgada del Centre de Estudis d’Opinió que encargó la Generalitat durante los años de mayor fervor independentista (2012-2013). Un 15% de catalanes que votarán a Junts pel Sí no quiere que el proceso acabe en independencia, sino con mayores cotas de autogobierno. No llegan al 70% los nuevos independentistas que quieren que el proceso acabe en la independencia. El apoyo es mayoritario entre personas nacidas en Cataluña, y crece al 70% cuando su lengua materna es el catalán. Es minoritario entre personas con lengua materna castellana o con familias cuyos orígenes se sitúan en el resto del Estado. Es también minoritario en los segmentos más desfavorecidos.

Pau Mari-Klose. Profesor de Sociología de la Universidad Zaragoza.

7. Cataluña fue una nación históricamente

Tarragona fue la primera gran capital de Hispania. Durante el Reino Godo, Barcelona fue igualmente su primera capital. Los condados que se forjaron tras la invasión árabe eran sufragáneos del Imperio Carolingio. Con su decadencia, el Conde Berenguer IV buscó unirse a Aragón casándose con Petronila (1150). Sólo cuarenta años antes aparece la palabra «catalán». Con el tratado de Corbeil (1258), San Luis IX entrega esas tierras a Jaime I. Extinguida la dinastía aragonesa, el Compromiso de Caspe (1412) permite la supervivencia de la Corona con la entronización de los Trastámara. De ahí a los Reyes Católicos y la federación de dos Coronas… y así hasta que el «imaginario de ser una nación» apareció en las mentes decimonónicas contaminadas de romanticismo, como la de Prat de la Riba. En algunos siglos se utilizó la palabra «nación», pero la expresión más usada es «Provincia». El término nación nunca tuvo el sentido actual de fuente de soberanía. Paradójicamente cuando ello ocurre es en las Cortes de Cádiz, presididas por el catalán Lázaro Dou, y para definir España.

Javier Barraycoa. Filósofo, sociólogo y profesor universitario.

8. Mas quiere dialogar con Rajoy

«Rajoy dice que no a todo», repiten de continuo Mas, Junqueras y compañía. Forma parte de la lógica autoexculpatoria del discurso independentista, que, en lugar de asumir las implicaciones de su proyecto, responsabiliza a otros de sus propios actos. No sabemos si Rajoy dice que no a todo –él insiste en que está abierto al diálogo leal, dentro del marco de la Constitución y sin fecha de caducidad–, pero sí sabemos que dice no a una cosa muy concreta, principal caballo de batalla de los independentistas: la fragmentación de la soberanía nacional y, por tanto, la división del pueblo español.

Resulta esclarecedor recordar las palabras de uno de los padres de la Constitución de 1978, Jordi Solé Tura: «El artículo 2 no solo define a España, sino que define el techo político del cual no se puede pasar; y ese techo político es que es una nación indisolublemente unida, que es una patria común e indivisible». Promover la voladura unilateral de ese techo, que es lo que han hecho los independentistas, no parece la mejor forma de plantear un diálogo. Es a eso a lo que Mariano Rajoy se opone frontalmente. Fuera de la ley no puede haber diálogo.

Ignacio Martín Blanco. Politólogo

9. Existe un gran apoyo internacional

La Generalitat lleva años creando una suerte de embajadas en el extranjero, con el coste que ello ha conllevado para el presupuesto de los catalanes y no se percibe ningún éxito. De hecho, incluso parece que han pagado más de 700.000 euros a una entidad supuestamente sin ánimo de lucro americana que se dedica a defender causas como la del pueblo kurdo o de Somalia y, ni aún pagando, han conseguido un apoyo firme y, lo que es peor, repercusión mediática.

Ni siquiera los escoceses -¡ni los vascos!- parecen querer acercarse a la causa. Nos encontramos con otro problema y es la forma en que se dictaminó la sentencia del Estatut por parte del TC. Una sentencia que «interpreta» la norma para no derogarla adolece del grave problema de que deja en el aire una gran cantidad de preceptos cuya ejecución podrá ser realizada por el Gobierno, siempre y cuando la misma se realice según los dictados de esa interpretación del TC. Eso lo que hace es dar alas al Gobierno de turno para retorcer esa interpretación y dar lugar a actos administrativos sesgados, y eso sólo se soluciona con pleitos y más pleitos.

Esaú Alarcón. Abogado y profesor.

10. El independentismo es moderno

Claro que no. Va en contra de los dictados de la UE, el único organismo que está unificando la disparatada situación jurídica a la que nos ha llevado el Estado de las Autonomías, con impuestos que se gravan al 100% en unos territorios y se bonifican totalmente en otros. Desde la perspectiva fiscal está claro que el futuro pasa por la unificación de legislaciones, por la creación de normativa europea. Los nacionalismos son antediluvianos y el independentismo es, mentalmente, un disparate. Los catalanes suelen ser gente que viaja mucho por España en verano, vuelve a sus raíces. Si en esas vacaciones se tiene un problema de salud, podrá ir a cualquier hospital de España y desde el primer momento le tratarán como español que es, lo van a atender fenomenalmente y con una calidad exquisita y, si la cosa se agrava, existen medios para que pueda volver a su territorio sin coste económico. ¿Estarían dispuestos, en esos casos desgraciados, tener traspasar fronteras, asumir horas de burocracias y pagar los costes de repatriación?

Saú Alarcón. Abogado y profesor.