La capacidad para moldear la percepción —para hacer que lo que no es parezca posible, o que lo peligroso parezca inofensivo— no es nueva en la política. Lo que sí ha cambiado es la velocidad y la escala con la que se puede operar ese molde: redes sociales, cadenas de noticias fragmentadas, cámaras de eco y audiencias polarizadas hacen que la distorsión de la realidad sea una herramienta mucho más eficiente y rentable. Para entenderla conviene partir de una metáfora cultural: el famoso “campo de distorsión de la realidad” asociado a Steve Jobs —esa mezcla de carisma, convicción implacable y narrativa persistente que hacía creíble lo increíble— y ver cómo un comportamiento parecido se aplica hoy en la esfera pública para objetivos políticos.
¿Qué es la distorsión de la realidad en política?
No es solamente mentir. Es una estrategia compuesta por varias acciones coordinadas que buscan alterar la percepción colectiva:
- • Construcción narrativa. Seleccionar hechos, ordenarlos y enmarcarlos para que encajen en una historia simple y emocional. La narrativa reduce la complejidad y ofrece un sentido de orden —a veces a costa de la veracidad—, y facilita la identificación de “amigos” y “enemigos”.
- • Repetición y omnipresencia. Repetir una idea hasta que suena familiar. La frecuencia transmite verosimilitud: cuanto más escuchamos algo, más plausible nos parece, aunque sea falso o impreciso.
- • Desplazamiento de atención. Convertir un asunto técnico o difícil en un debate moral o simbólico que distraiga de pruebas incómodas o errores concretos.
- • Desacreditación de fuentes. Atacar la credibilidad de medios, expertos o instituciones independientes para que la audiencia no tenga donde contrastar la narrativa dominante.
- • Simplificación y polarización. Ofrecer soluciones muy simples a problemas complejos y presentar alternativas como traición o inutilidad. Eso obliga a elegir y reduce el espacio para matices.
- • Creación de enemigos. Señalar chivos expiatorios hace que la gente sienta control y orden, y convierte la crítica en algo sospechoso o antipatriótico.
Por qué funciona (cognitivamente y socialmente)
Los seres humanos no procesamos la información como ordenadores; usamos atajos mentales. Sesgos como el de confirmación (buscar lo que refuerza lo que ya creemos), el sesgo de disponibilidad (dar más peso a lo que recordamos fácilmente) y el efecto de mera exposición (aceptar repetidas afirmaciones como verdad) facilitan que una narrativa repetida y emocional calce en la opinión pública.
A esto se añade la dimensión social: pertenecer a un grupo con su propia versión de la realidad refuerza la identidad. Discutir hechos con alguien que comparte la narrativa no corrige la percepción: la valida. En contextos donde la educación crítica y la pluralidad informativa son débiles, estos mecanismos operan sin freno.
Distorsión como técnica deliberada: lecciones de liderazgo carismático
El “campo de distorsión” corporativo buscaba algo útil: motivar equipos, convencer consumidores, acelerar decisiones. Aplicado a la política, la técnica se usa con fines distintos: conseguir apoyo, neutralizar oposición, mantener el poder. Un líder que domina la narrativa puede hacer que sus seguidores acepten contradicciones —promesas incumplibles, explicaciones inconsistentes— porque la historia que se cuenta los reconforta o los define.
A diferencia de la persuasión honesta (argumentos públicos, datos verificables), la distorsión política suele prescindir del escrutinio y explota la asimetría de información: quien controla el relato controla la agenda pública. Cuando la verificación independiente está debilitada o es percibida como parcial, la distorsión se convierte en la versión “oficial” de la realidad.
Efectos institucionales y sociales
A corto plazo puede ser efectiva: moviliza, cohesionan seguidores, debilita adversarios. A medio y largo plazo erosiona la confianza en las instituciones, polariza profundamente y dificulta la toma de decisiones racionales en crisis. Sociedades donde el tejido público se degrada pierden capacidad para resolver problemas complejos —salud, educación, economía— porque las decisiones se subordinan a la supervivencia del relato en lugar del interés común.
Por qué la educación importa —y cómo reduce la vulnerabilidad
No es solo leer y escribir. La educación cívica y mediática enseña a evaluar fuentes, entender probabilidades, distinguir entre opinión y evidencia, y tolerar la complejidad. Cuanto mayor sea la alfabetización crítica de una sociedad, menos eficaz se vuelve la distorsión: la gente demanda pruebas, compara narrativas y mantiene espacios comunes de debate.
En sociedades con baja educación o con acceso desigual a información fiable, la distorsión prospera porque hay menos filtros colectivos: menos contraste de datos, menos escepticismo informado, más dependencia de líderes y redes informales para procesar la realidad.
Cómo detectarla y defenderse (breve guía práctica)
- Pregunta por fuentes verificables: ¿qué datos sustentan la afirmación?
- Busca contraste: consulta medios independientes y expertos diversos.
- Desconfía de la repetición insistente y de la simplificación extrema.
- Observa tácticas de desacreditación: atacar a quienes verifican datos suele ser señal de que no hay buena evidencia.Fomenta la educación crítica: en las escuelas y en la comunidad.
Cierre: la responsabilidad colectiva
La distorsión de la realidad en política no es un fallo accidental: es una técnica que funciona cuando las sociedades la permiten. Combatirla no es obra de una élite ilustrada, ni de censura, sino de fomentar comunidades informadas y espacios públicos robustos donde la verdad pueda competir en condiciones equilibradas. Como dijo, con variantes, Abraham Lincoln: se puede engañar a algunos por todo el tiempo, a muchos por algún tiempo, pero no a todos por siempre. En una sociedad con poca educación y pocas garantías institucionales, ese “algún tiempo” puede ser demasiado largo —con consecuencias que pagan las mayorías y las futuras generaciones.